Antes de llevar al puchero una calabaza, deberíamos ver en su piel algo más que su color cetrino, la rugosidad o esos restos terrosos con los que a veces llega a la despensa. Igual que ocurre con la mayoría de las verduras, a la vista no resulta demasiado apetitosa, pero se puede comer, incluso podría ser beneficioso... si te atreves. La calabaza no es el mejor ejemplo, pero hay otros productos que sí merecen la consideración de aprovechar su piel. "Nos resistimos a tomar la piel de las frutas, verduras y otros vegetales por su sabor amargo, dureza y difícil digestión, pero también por las ceras y los posibles pesticidas que pueda haber en ella y que pueden afectar a la salud", indica Marian Alonso-Cortés, nutricionista-dietista y directora técnica de la consultora Aizea.
Según Alonso-Cortés, que existan pieles más o menos comestibles tiene que ver más con el hecho de que la piel de las frutas y hortalizas sea dura o más difícilmente digerible que con la posibilidad de que resulten perjudiciales desde un punto de vista sanitario (siempre que se tomen las medidas adecuadas de limpieza). "En muchos casos, habrá que valorar el beneficio que nos pueda reportar consumir ciertas pieles con el coste que nos pueda causar su consumo, como una difícil digestión", matiza. Quizá las explicaciones exactas de la doctora Alonso-Cortés nos ayuden a ganar confianza y nos convenzan para no volver a arrojar las mondas al cubo de desechos orgánicos. Pero hay que valorar cada verdura por separado, y siempre hay que subrayar que lo importante es que la fruta y la verdura sean abundantes en nuestra dieta, ya las comamos con piel o sin ella.
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